Mientras duerme, el bebé no se encuentra inactivo. Toda su
energía vital la dedica a un importante trabajo cerebral que consiste en asimilar y
vincular la información recibida durante el día. Este "proceso
clasificatorio" es el que origina los sueños y tiene lugar durante una fase
determinada: la llamada "fase de movimientos rápidos de los
ojos". Se sabe que los bebés pasan más horas en esta fase del sueño que
los adultos. Antes de que el bebé pueda hablar, resulta difícil saber si está soñando
o no.
No distingue entre el día y la noche, así que hasta que se adapte al
horario de los adultos debemos actuar con paciencia y comprensión. Cada bebé tiene su
propio ritmo, hay algunos que se despiertan cada tres o cuatro horas, comen y se vuelven a
dormir, y otros que duermen de un tirón. En cualquier caso, somos nosotros los que
debemos adaptarnos a ellos y respetar sus costumbres. Pero la educación de buenos
hábitos nocturnos puede y debe iniciarse ya.

Por la noche, su habitación debe estar a oscuras y en silencio.
Desde el principio, es positivo que el pequeño asocie una actividad
placentera y
tranquila con el hecho de irse a dormir a su cuna.
En las siete diurnas, conviene que vea luz solar. Asimismo, no es preciso eliminar
los sonidos habituales que se producen en una casa.
Las primeras semanas, el recién nacido duerme unas 16 horas y media por día, de
las que ocho y media corresponde a la noche.
Lo mejor para el bebé es que duerma de costado. Para que mantenga esta posición y
esté cómodo, podemos colocarle un adaptador de espuma de goma.
Es recomendable que empiezen a dormir en su propia habitación a partir de los tres
meses.
No es bueno dejarlo en la cuna durante el día. Los padres deben acudir
inmediatamente cada vez que el chiquito llore, abrazarlo y mimarlo.
Volver